Daniel Ventura esculpe la madera y añora la Formentera que yace oculta, la Formentera que es naturaleza, silencio, esa Formentera ancestral que palpita bajo la otra más bulliciosa del verano. Extrae la esencia de Formentera con sus esculturas, y después de doce años en la isla, con cada una de ellas, la reinterpreta.
Esta primavera realizó una exitosa exposición en el Centro Cultural de la Caixa en la que pudimos ver una muestra de su obra, de su interacción con la naturaleza, porque de ella viene su inspiración y a ella se dirige con sus creaciones. “En la mayor parte de mis piezas veo abstracciones que me evocan todo tipo de animales y lo que ellos simbolizan, pero cuando me dicen que ponga título y una breve descripción de mis esculturas, me niego a hacerlo, prefiero que el observador reinterprete lo que ve a su manera”.
Generalmente trabaja con la sabina “es más elástica, más fácil de moldear, son capaces de sobrevivir retorciéndose en los acantilados, donde el viento no permite que crezca otro tipo de vegetación, en un palmo de tierra, y eso se percibe en la madera”, pero también lo hace con el enebro y el olivo, así como con otros elementos como el hierro o el marés”.
En los bosques de la isla encuentra bastos trozos de madera o raíces centenarias que se lleva a su casa, a veces enclavadas entre las piedras, difíciles de extraer, y de las que cree que resultan sus piezas más hermosas. Recordando una de sus primeras obras, cuenta: “Tardé dos días en desenterrar del corazón del Torrent de Cala Sahona esta fantástica raíz de enebro. Tiene doscientos cincuenta años y llevaba muerta cincuenta o más, hasta que la encontré. Como todavía no tenía taller ni una mesa para trabajar, la hice casi toda en la playa, sobre la arena, delante del mar. Tenía pocas herramientas, seis gubias, sólo un cuchillo y un mazo de enebro hecho por mí. Sin formación estricta en escultura, comencé… a los cuatro meses la pieza estaba terminada”
Daniel se sienta frente a la madera y empieza una callada comunicación, se miran, se observan, hasta que finalmente algo parecen decirse y es entonces cuando comienza a trabajar. Primero elimina lo que no sirve de ésta, lo podrido, lo superfluo, hasta llegar a lo básico, a lo puro, al corazón de la madera. Golpeando con su mazo de enebro dice que “es un ejercicio en el que transformo la madera, un ejercicio en el que vamos desprendiéndonos el uno al otro de todo aquello que no es esencial”.
Paulatinamente, de los instrumentos más toscos, Daniel va tomando aquellos otros con los comienza a perfilar los contornos. El trabajo poco a poco se vuelve más preciso, delicado, lijando la madera en busca de una imagen que empieza a surgir en él, hasta quedar una pieza pulida de tacto suave, con el alma y el aroma de la naturaleza de la que proviene y de aquello que ella nos quiere contar, como así se lo ha ido contando desde un principio al autor.
Daniel empezó a trabajar la madera hace tres años sin planteárselo mucho, por casualidad, o tal vez, nos confiesa, debido al nacimiento de su primer hijo, “como un niño la naturaleza es pura y esta pureza exigía ser correspondida por mi parte, es difícil tener dos caras. Y como un niño que tiene su propio carácter, la madera también tiene el suyo, únicamente respetando su personalidad, puede ser moldeada”.
Nos despedimos contentos y llenos del espíritu que él encuentra en la naturaleza y transmite con sus obras, la de la Formentera que él añora. A medida que nos acercamos a Sant Francesc nos damos cuenta que ahora nos toca conjugar estas dos caras antagónicas de la isla, quizás eso es lo más bonito de Formentera, que da cobijo a las diferentes islas que esperamos encontrar.